Cuento de Jack London

 La ley de la vida de Jack London:


Koskoosh se encuentra en sus horas finales de vida, solo y abandonado por la tribu a su suerte. Acostado y junto al fuego comienza a recordar viejos recuerdos de su vida, los buenos momentos y los malos momentos que vivió con la tribu. Pero recuerda uno vivamente, un alce viejo dejado atrás que está siendo cazado por unos lobos. Le llamó bastante la atención como el alce con todas las de perder sigue luchando por sobrevivir. El alce, aunque murió, decidió aferrarse a la vida. Muchos dicen que cuando uno está en las últimas empieza a recordar todo lo que hizo en el pasado. Nuestro personaje se encuentra de pronto en la misma situación que el alce, un montón de lobos hambrientos rodeándolo para comérselo. El, instintivamente, agarra un palo con fuego que asusta a los lobos. Esta cara a cara con la muerte. Sin embargo, envés de luchar decide acabar con todo esto lo más rápido posible, suelta el palo y espera su final. El animal se aferró a la vida por su instinto, la persona racional aceptó su destino.



Cuento:


Aunque no veía desde hacía mucho tiempo, aún tenía el oído muy fino. Al pobre lo debieron de haber abandonado a su suerte desde muy chico, en una situación deplorable lo encontre. Eran demasiado sensibles sus orejas, cualquier ruido por más chico que fuera lo irritaba. Tampoco era sencillo adaptar el hogar a su enferma condición, bastantes dolores de cabeza me trajo el pobre. Pero ambos pudimos aguantar y con el arnés todo mejoró un poco la verdad, sin embargo era alguien bastante triste. No importa el cariño que le dieras no podía darte una sonrisa, demasiado llorón y quejon. Pero no importa, decidí apegarme a él pase lo que pasara. Me recordaba a un ser, un ser que yo no recordaba totalmente, algo borroso que se había ido. Los días pasaron y él no paraba de llorar, se volvió insoportable la cosa. Alegría que intentaba él seguía llorando, con un penoso absoluto trataba. En algún momento perdió la capacidad de comunicarse, estaba ahí pero en realidad no estaba ahí, parecía un fantasma viviente deambulando por la casa hasta que se detuvo. Decidí no darle importancia y lo dejé ahí tirado donde estaba, suponía que se había cansado de todo y lo mejor era dormir. Sin embargo, un día comenzó a temblar y ahí me di cuenta que la cosa se me había ido de las manos. El hombre en blanco me dijo que nada era realizable con él y que lo mejor era largarlo. Había que acatar la ley de la vida.


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